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martes, 9 de octubre de 2012

Rosalinda

Domingo 17 de marzo de 1963
11:26 a. m.

Corría deseperado como si la vida le valiera en ello. Cayó de bruces contra el suelo mientras un grito desgarrador tomaba fuerza en sus pulmones para explotar en la inmensidad. El bus se alejaba lentamente pero a él le parecía todo lo contrario. Cuando levantó la cabeza, las lágrimas que bañaban su rostro le indicaban que no era momento para darse por vencido. Se puso de pie a trompicones, las lágrimas no lo dejaban ver con claridad. Corría. Corría con toda la fuerza que sus piernas le permitían, pero, aun así, no podía alcanzar aquel bus que alejaba, quien sabe para siempre, a su pequeña hija.
Cuando los perdió de vista, empezó a detenerse lentamente hasta caer sobre sus rodillas. En ese momento, sintió que todo lo que había dicho caía sobre él con tanta fuerza que no podía moverse. Cada lágrima derramada lo acercaba mas al suelo. Deseaba morirse. Fundirse en la tierra.

Jueves 11 de abril de 1957

Rosalinda estaba algo inquieta, sus ojos alegres y su sonrisa de niña se había suspendido en una misteriosa pausa que las personas que la conocían no comprendían. Toda lo que miraba adquiría otro sentido. Las nubes, los árboles, los pájaros. Siempre fue feliz. Fue feliz cuando nació su hermano menor y ella dejó de ser la hija mimada y única. Fue feliz cuando su mamá le dijo que tendría que acompañarla a pastar el ganado. Siempre sonreía con aquella sonrisa de las niñas de la sierra tan carasterístico. Con ojos infinitos y labios congelados en una imagen de entrega al mundo. Fue feliz cuando su padre le dijo que no podría seguir estudiando porque tendría que ayudar con la labores de la casa ya que la familia había crecido y mamá no se daba abasto. Siempre fue feliz.
Pero esto era diferente.

Lunes 15 de abril de 1957

Se encaminó por el sendero que la llevaría al encuentro con Fausto. Estaba decidida. También él debía de saberlo. Sus noches de angustia habían concluido con la conversación que tuvo con doña Licha. La anciana había vuelto al pueblo después de algunos meses. Se cruzaron el día anterior, y en solo unos segundos Rosenda confirmaría por su boca, lo que tanto le preocupaba.

- Estás embarazada- afirmó la anciana con solo mirarla.

Rosalinda bajó la mirada ruborizada y no pudo evitar que una lágrima rodara por sus mejillas. Fue, en ese preciso momento que, por primera vez, sintió que algo crecía dentro de ella. Fausto debía saberlo.
Se detuvo frente al portalón. Dudo. Por segunda vez sintió su vientre. Una sensación íntima. Imperceptible. Si las mujeres no tuvieran ese famoso sexto sentido, jamás experimentarían esa emoción que al mundo de los hombres les es ajeno y que desde el primer momentode la concepción las hace madres. Ingresó al patio y lo llamó con una voz tan fina y dulce que ya el gorrión o  la calandria quisieran asemejarse, con su canto, un poco a ella.
Eran las diez de la mañana. Mañana iluminada por el tibio sol de primavera serrana.
Ponce ingresaba, en ese momento, por el portalón que momentos antes había cruzado Rosalinda. Ella, sabiéndose fragil, corrió a fundirse en un abrazo con su amado; un abrazo que la protegería, a ella y a la criatura que tenía en su vientre.
Sus ojos. Ponce la observó. Sus ojos. Quedó desconcertado. Sentía que en ese abrazo ella se había apoderado de todo su ser. El protector quedó prisionero de aquella mirada. Trató de separla tiernamente a lo que ella se resistía con todo el amor que podía.

- ¿Qué pasa, Rosalindacha? - le dijo, tratando de que su voz no la lastime.

- ¿De verdad me amas? - preguntó ella, pensando que con la respuesta que dijera Fausto, se le hiría la vida.

- ¡Qué pregunta, mujer! Si sabes que mi vida vale menos que esa mirada tuya.

- ¡Dilo! ¡Dilo! - ella ya no pudo más y se desvneció entre sus brazos.

Fausto observaba que la mujer que amaba, atrapada entre sus brazos, imploraba, sin sentido, que dijera palabras que jamás le había reclamado. La atrajo hacia su pecho, fuertemente, como deseando fundirla en su cuerpo.

- Te amo, te amo desde aquel día en que vine al pueblo y decidí no irme más. Te amo desde el día que me permitiste besar tus labios. Te amo desde aquel día en que escuche de tus labios que me amabas. Te amo desde siempre. Y te amaré hasta el último día de mi vida. Te amo. Te amo. Te amo...

Sus lágrimas se desbordaban como los causes de dos ríos. Cada momento por el que atravesaron antes de conocerse, parecía no haber existido. Sentía que sus vidas cobraban sentido a partir del momento en que se conocieron.

- Estoy embarazada. - dijo en un hilo de voz, mientras los latidos de su corazón aceleraban al punto de que Fausto podía escucharlos perfectamente.

Viernes 22 de noviembre de 1957

- ¡¡¡Mujer!!!, Fausto, fue una hermosa niña... es igualita a ti, hijito.


Martes 24 de febrero de 1963

- ¡Oe, Chancletero! jajajajajajajajajaja... ¡Hombre! ¡Va ser Hombre! Jajajajajajajajajajajaja. ¡Guarda a tu hija pa mi Julián! Jajajajajajajajajajajajajaja.

Fausto quedó mirando fijamente al Pishpico. Hasta ese momento, nadie le había criticado nada sobre su hija. Él se había mentenido en silencio. Tratando de asimilar el impacto que significaba tener una mujer como primogénita. En el fondo de su corazón no estaba feliz. A veces, por las tardes, se sentaba al final del acantilado, aquel lugar en el que tantas veces había compartido con Rosalinda. Se pasaban horas mirando el atardecer. Compartían juntos tantos sueños. Ella traería al mundo a todos los hijos que Fausto deseara. Los cuidaría con mucho amor y ellos serían un ejemplo para la comunidad.

- Cuatro - dijo Ponce.

- Pero dicen que duele mucho traer a los hijos.

- Yo quiero cuatro.

- Y no te conformas con unito, mira que se va a parecer a ti... así de fuerte y bueno.

- ¿Uno?

- ¡Sí, unito no mas! ¡No seas malito!

- ¡Pero que sea hombre!

- Ya...

- Yo me lo llevaré a la chacra y le enseñaré a trabajar la tierra... será como yo: Un hombre del campo... todo lo que consigamos será para él. Se llamará Luis Marcel.

- Así será, pues...

El viento soplaba suavemente sobre su rostro. Miraba aquel lejano horizonte... aquel horizonte que prometió alcanzar y traer ante sus pies. Hoy el horizonte parecía sonreírle tristemente, porque lo veía sin fuerzas, sin energía, sin sueños, sin nada. Se había transformado en un hombre vacío. La mayor parte del día la pasaba afuera. No quería regresar a casa.

- !Porquééééééé!

Miró al cielo y sintio que una lágrima recorría su rostro. El viento seguía soplanto pero ahora lo hacía con algo de fuerza. Las palabras del Pishpico le dolían mucho. No soportaba la idea de tener una hija mujer. No.

Sábado 08 de marzo de 1963

Los niños del pueblo se arremolinaban al rededor de unos forasteros que llegaban al pueblo. Este acontecimiento, que se daba pocas veces, generaba siempre la misma revuelta. Un hombre alto, vestido de traje, ingresaba con su señora por el corredor Occidental de la Plaza Mayor del pueblo. Las maletas que estaban en la parte de arriba del ómnibus, estaban llenas de polvo. La malla que las cubría solo aseguraba que no se cayeran, mas no las protegía de las inclemencias de la geografía.
Rodolfo era un hombre apuesto y bien conservado. Pero fue Carmen quien causó mas revuelo al bajar del auto. Tenía la piel blanca, los cabellos castaños y una sonrisa que la hacía asemejar a un ángel... los niños la contemplaban ensimismados. Ella levantó la mano para saludarlos y les regaló una sonrisa.
Fue muy gracioso ver un ángel tan bello coger una gran maleta y jalarla mientras conservaba toda la dignidad de una mujer acostumbrada a los lujos. Los niños seguían cada movimiento que hacía sin saber si ayudarla o quedarse así: admirándola.
El tirón que le dio a la maleta hizo que ésta se desprenda del grupo mayor. Ella no controló el hecho de que todo estuviera tan suelto y terminó con algunas cosas por el suelo, incluso ella. Carmen, ya algo incomoda de que nadie se haya dignado socorrer a dama tan distinguida se puso de pie por sus propios medios y mientras se sacudía el vestido, su esposo se apresuraba a ayudarla, a la vez que se reía ante las cosas que le sucedían a su hermosa mujer.
Cuando Rodolfo estaba cerca de ella, un niño se animó a romper el hielo en el que se encontraban los presentas.
- ¿La ayudo señora?
- Por favor.
- ¿Por favor, qué?
- ¡ Ayúdame, niño!
El niño asustado se apuró a recoger las cosas que estaban tiradas en el suelo.

Ese fue el magestuoso ingreso de los Gonzales Del Solar a la comunidad de Llorente.

Lunes 15 de marzo de 1963

- Así que mi abuelita ya murió. Y pensar que hicimos todo este recorrido por conocerla.
- Si Rodolfito. Ella se fue con el Señor hace años. ¿Qué, tu mamá no te lo dijo?
- Ella también murió hace muchos años...
- Noooooo... mi hermanita... mi bebé... nooooooooooooooo...
Ambos se abrazaron fuertemente unidos en ese dolor que hermana hasta a desconocidos.
- No sabes cuánto me dolió, tía. Todo lo que tuve que pasar desde ese día. Jamás pense que algo podría doler tanto. Mamá y yo  éramos muy unidos. Habíamos planeado venir juntos a conocer Llorente. Hice este vieje por ella. Siempre me hablaba de ustedes... ustedes eran su vida. Vivió pensando en regresar. El Señor no lo quiso.
- Hijito... Dios mío... Cuánto lo siento.Tú eres lo único que tengo de ella. No te vayas. Quédate con nosotros.
- ¡Qué más quisiera yo, tía! ... no puedo. Tengo una vida en la capital.

Jueves 16 de marzo de 1963

Rodolfo se sentó sobre el poyo que estaba a la salida de la casa donde se estaban quedando. Varios días había observado cerca del abismo a un hombre bajito y muy delgado. Su andar era triste. Sus pasos pesados contrastaban con la ligereza de su cuerpo.
Se puso de pie y caminó lentamente hacia aquel hombrecillo enjuto, debilitado y de triste figura por sabe Dios qué.

- Hola...

El hombrecillo parecía petrificado en la cornisa de aquella milenaria muralla de piedra. Si se le viese a la distancia parecería fundido al paisaje, pero no era así. Fausto estaba fundido a su pena. Lentamente giró la cabeza hacia la derecha, nunca lenvantando la mirada, sus ojos estaban cargados de una tristeza que nada en el mundo podría sostenerla... menos un esmirriado hombrecillo. Rodolfo, que se había acercado de manera entre infantil y gatuna, sintió que Fausto, en ese interminable giro, lo había absorvido en su ser, y sintió que una especie de sudor frío recorría sus extremidades, que era atizado por el viento de la pampa. Rodolfo supo que el viaje realizado hasta aquel lugar adquirió sentido en ese momento. No había cruzado la mitad de Los Andes para enterarse de que su abuela estaba muerta. Ese hombre, al borde del abismo, de alguna manera, generó aquella sencilla odisea sin proponérselo.

- ¿Qué quiéres?
- Soy nieto de la finadita Filomena, la mamá de la señora Chona.
- ¿Qué quiéres?
- La verdad, no sé. Solo me acerqué hasta aquí. Lo demás, no sé.
- ¿De dónde eres?
- De dónde vengo, creo que no interesa mucho en este momento, ¿no te parece?
- La verdad gringo, no creo que algo me interese en este momento. ¿Qué quieres? Vienes aquí... no sé... qué piensas que me quiero matar... jm. Anda tranquilo, no más.
- Vine aquí para conocer a mi abuela. Me entero de que hace años murió.
- Así es la vida pe... qué creías que iba ser eterna la finadita Filo... aunque fue buena gente con todos. El pueblo hasta hoy se acuerda mucho de ella. Conmigo también fue muy buena.
- Sí pues. Tú la conociste, no?
- Sí.

Estuvieron así por algún rato. Rodolfo tratando de buscar qué llevó a ese hombrecillo a estar allí, de esa manera. Fausto, en cambio, con su osquedad. A medida que los minutos pasaban, la soliviantada tensión inicial se tranquilizó.
El viento de la tarde golpeaba los rostros  de ambos hombres que habían iniciado una lucha por mantener sus posiciones. Las nubes dejaban ver sus tímidos rayos  de Sol de media tarde cuando la conversación llegó a un punto en que el corazón de Fausto sintió que el escudo que lo protegía empezó a rejarse por el costado más débil.

- ¿Tienes hijos?
- ...
- Mi mujer no puede tener hijos.

No sintió alivio al enterarse de lo que le pasaba a Rodolfo. Fausto sentía que su tragedia era increíblemente superior a cualquier padecimiento terrenal. No había nada peor que su desgracia.  El viento manguaba mientras que ambos hombres, en silencio, se miraban esperando que la conversación continuara. Ninguno podía continuarla. Ambos dirigieron su mirada al horizonte. Una línea infinita, imperceptible e inalcanzable,  que les permitía comprender que tenían al lado a una persona que los había obligado a estar en ese momento histórico en ese fin de mundo juntos sin que ninguno se lo propusiera. Algunos le llaman destino. Otros azar. Sin duda lo que sucedió allí empezaba a cobrar sentido para ambos.


- ...
- A ella se le ve feliz, pero no sabes cómo sufre. Cuando éramos enamorados soñabamos con tener una hija.
- ¿Una hija?

Esa palabra de cuatro letras que para los dos tenía una enorme carga emotiva, pero opuesta en extremo en cada uno, hizo saltar desde el fondo de sus corazones, una fuerza que no comprendieron.

- ¿De dónde eres?
- Lima.
- Tienes dinero, ¿no?
- He trabajado toda mi vida, he sabido ahorrar. También tengo una mujer maravillosa. Todo sería fantástico si no fuera por...
- Aquí somos muy pobres, como verás. Tenemos que esforzarnos mucho para conseguir algo. Si es que lo conseguimos, es nada más para sobrevivir. Esto no es vivir.
- ¿No eres feliz?
- Nadie es feliz aquí.

En ese momento no había odio en la mirada de Fausto. No. Rodolfo trató de descifrar el contenido de sus ojos, mas fue como entrar en un ambiente vacío. Triste. Solo se percibía soledad, deseperanza.
A la distancia, dos cóndores planeaban como petrificadas cometas que de manera inmovil, avanzaban a su encuentro con la inmesidad del horizonte. Alas extendidas. Poco a poco, la imagen observada por ambos, fue diluyéndose al mazclarse con el presente de sus ideas. Iban llegando a un punto en que todo se iba aclarando. Todo empezaba a cobrar sentido. Los cóndores desaparecieron de sus perspectivas. La tarde casi empezaba a tomar el color cenizo propio de su inicial ocaso.

Una niña andrajosa y sucia se acercó a Fausto.

- Papito, ya vamos a casa que está oscureciendo.

La mirada de hielo de Fausto se hizo inefable. Giró su rostro mientras entrecerraba los ojos. Un desprecio colosal se asomó en aquella mirada. No la quería. No quedaban dudas de eso. Rodolfo, en cambio, no vio los andrajos ni la suciedad. Vio algo más. Su vida estaba completa. Vio la pieza que le faltaba a su vida para llenarla de dicha. Vio los ojos de la niña. Vio una luz que le decía que cada día de su vida lo había vivido para acercarse a ese lugar. Cada paso andado lo había dirigido a ese solitario paraje. Estar allí, frente a esa niña, lo volvió un hombre nuevo.

- ¡Ve a la casa!
- ¿Quién es ella?
- Mi hija.
- Yo podría darle una vida digna.

El hielo de los ojos de Ponce, empezó a derretirse.

- ¿Qué? No sabes los que dices... es una niña, de qué te va a servir.

La Chinita se alejaba saltando alegremente mientras sus sucias manitos jugueteaban con las flores del camino. Rodolfo la seguía con la mirada mientras ella se confundía con la tenue iluminación. El hielo había pasado ya. Empezaba a abrirse una especie de ruta común que ambos estaban construyendo sin esfuerzo, mas bien con mucha facilidad, pero sin proponérselo. La niña había ingresado a su casa. Desapareció de sus vistas, mas no de sus mentes. El corazón de Fausto le ayudaba a decir palabras que sólo no habría podido. Rodolfo a su vez, perdió la noción del tiempo. Pensaba en Carmen. Ella se pondría feliz. Cuando partieron de Lima, ella le dijo que tenía una extraña sensación en el vientre. Él solo atinó a reírse. Su mujer le salía con cada cosa.
Una mujer es un ser muy complejo. A veces, ni ellas mismas se puedesn comprender por eso es mejor quedarse callados ante sus ataques de nadie-sabe-qué. O mejor, sonreírles complacientes. De esa forma uno puede evitarse mayores pataletas.
En ese momento, él sentía que lo de su mujer no fue finjido. No. Ahora le sucedía a él. Una sensación algo extraña invadía su cuerpo. Una mezcla de duda y ansiedad. Esperanza y certeza. Estaba seguro de lo que sentía; sin embargo, esa seguridad, ante sensaciones tan opuestas era lo que le generaba confusión. Ahondaba mas sus inextricables emociones producto de la converación que estaba teniendo y que empezaba a notar que todo se iba aclarando.

- Dámela.

Fausto empezó a girar la cabeza, de manera rítmica, instintivamente de manera negativa. Rodolfo lo observaba con algo de incredulidad. No había seguridad en ese movimiento.
El Sol desapareció del horizonte dejando a su paso un tornasolado efecto en el cielo. Pensar que las parejas de enamorados buscan este momento natural para poder compartir, tomados de la mano, ese instante que los acerca a la eternidad. Ver a dos personas, en aquel instante luchando contra fantasmas internos, convertía el escenario natural en un personaje sin vida y sin sentido. Los dos hombres sumergidos en sus ideas sabían que se enfrentaban a un momento que marcaría su destino.

- Dámela. Nosotros no podemos tener hijos. No tendrímos cómo pagarte. A ella no le faltará nada. Te juro por lo que más quieras que la tendré como una reyna.
- Jm. Las mujeres no sirven para nada. Son carga. Me la vas a regresar cuando te aburras. Para qué la quieres llevar. A mí solo me trae problemas. Cómo deseo que no haya nacido. Yo quería un hijo hombre. Dios me ha castigado.
- Dámela. Yo la quiero mucho. Mi mujer se pondrá feliz. Nosotros no podemos tener hijos.
- Después me la vas a regresar. Las mujeres no sirven para nada.

Y con esas palabras sellaron un pacto. El destino de la Chinita estaba sellado. Seis años.

- Mañana nos vamos del pueblo.


Fausto se alejó del lugar arrastrando  los pies. Lo que tenía en la cabeza era otra cosa. Su mujer le iba a hacer problemas por lo que estaba decidiendo. Ella, como mujer, no entendería nada. Tendría que explicarle que la Chinita tendría un futuro mejor que pastar ovejas el resto de su vida. Ella podría estudiar, mejorar su vida.

- ¡No! Yo te he permitido todo. Mi hija se queda conmigo. Jamás lo permitiré.

Rosalinda reaccionó de una manera que le sorprendió tanto a Fausto que lo hizo dudar de su decisión. Él la miraba sin saber qué decirle. Ella gritaba, levantaba las manos. Luchaba. Por primera vez en su vida estaba luchando con toda sus fuerzas. Fausto sintió que la temperatura de su estómago iba elevandose lentamente. Cuando tomo conciencia de todo, Rosalinda estaba en el suelo, medio arrodillada, con el rostro  a un lado cubierto por sus manos. Lloraba. Ahora, su mano también le quemaba. En todo el tiempo que se conocían, nunca le había golpeado. Ella sollozaba en silencio. Sus fuerzas se había desvanecido. No podía levantarse. Él también se arrodillo. La tomó entre sus brazos. Esta vez a diferencia de aquella en la que le dijo que estaba embarazada, ella no parecía reclamar su protección.

- Ella va a estar bien. Nada le va a faltar. Piensa en su futuro. ¿Quieres que sea como nosotros?, ¿que pase miserias? No seas egoísta.

Rosalinda escuchaba entre sollozos. Sus lágrimas perturbaban su pensamiento y no podía  asimilar lo que su marido le decía. Qué fácil hubiera sido todo si hubriera sido hombre, pensó ella.

- No la regales por favor. Es mi hija. No me la quites.
- Algún día lo vas a comprender.
- No.

Fausto no pudo dormir toda la noche. Mil emociones lo atormentaron. Él sabía que era lo correcto. No entendía lo que le estaba pasando. Su mujer lloró toda la noche. Él no le dijo nada.

Lunes 18 de marzo 11:05 a. m.

A la mañana siguiente, Rodolfo, estaba esperando al pie del bus.

La Chinita, no entendía lo que estaba pasando. Papá  le dijo que se iría con los señores de viaje y que papá y mamá la visitarían pronto. Ella no entendía nada. También le dijo que haría nuevos amigos. Ella no entendía nada. Mamá lloraba mientras su papá le hacía la maleta. Ella seguí sin entender.

Estaba muy asustada cuando la señora Carmen la cargó entre sus brazos y la llenaba de besos.

- Su señora no vino a despedir a la Chinita...
- Ella se siente muy mal. Pero no se preocupe cosas de mujeres.

Cuando la Chinita subió al ómnibus cargada por Carmen, sintió mas miedo pero no decía nada. Su papá le decía que todo va a estar bien y que no se preocupe. Que el señor le va a comprar muchas muñecas y que dormiría en su propia camita.

Una vez dentro, Carmen sentó a la Chinita en su regazo. Tras despedirse de Fausto, Rodolfo subió al omnibus. Se colocó al lado de Carmen. Ambos trataban de que la niña se divierta. Le hacían muecas, la incaban tiernamente las mejillas, le acariciabana el rostro. Nada. La chinita estaba asustada. No comprendía nada.

El omnibus empezó su lento avanzar por la carretera que los alejaría de Llorente. En ese momento, Fausto no quería regresar a su casa. Dos cosas lo antormentan. No quería ver el rostro de Rosalinda. Tampoco entendía porqué se sentía mal. El sabía que era lo correcto. Se quedó parado viendo como se alejaba el bus.

Sin quererlo, sus pasos lo alejaron de ese lugar y lo llevaron a su casa. Cuando ingresó se sorprendió con lo que vio allí. Su mujer estaba sentada a la mesa. Lo miraba con lagrimas en los ojos aun. Había una carta en la mesa. Se acercó lentamente y la tomó entre sus manos. Había un mechocito de cabello atado con una pitilla sobre ella. La letra era un manojo de garabatos en los que se podía leer con esfuerzo la siguiente frase:

"Felis cumpeaños papito sienpe junto"

Levantó la mirada para ver a su mujer y esta no le había quitado los ojos de encima. Desde la noche anterior, una sensación extraña lo había invadido y no lo dejaba tranquilo. Las cosas habían pasado tan rápido que no recordó su cumpleaños. Empezó a recordar tantas cosas. Recordó que lo primero que dijo su hija fue "papá". Recordo que cuando lloraba lo llamaba a él. Recordó que cuando regresaba de trabajar ella le sacaba los zapatos y lo abrazaba. Recordó que siempre le decía que lo amaba. Recordó que le dijo que cuando sea viejito ella lo cuidaría mucho. Recordó que cuando tropezó con la silla por venir borracho, ella lo ayudó a levantarse mientra le besaba la frente y le decía que no llore, que sea macho. Recordó que una vez le llamó la atención a su mamá porque no le cosió su camisa.

En ese momento se sintió como un traidor. Le falló a su hija. Le falló a su mujer. Recordó el ómnibus que en es momento debería estar cruzando por la salida del pueblo.


11:40 a. m.

Cuando levantó el rostro, el bus estaba muy lejos. Inalcansable. Había corrido con todas sus fuerzas. Se sintió derrotado. Traidor.

- ¡No! No te dejaré otra vez.

Se puso de pie. Corrió. Cayó otra vez. Se levantó nuevamente. Vio que la carretera tenía un codo y decidió cortar el camino. Se metió por medio de los matorrales. La ramas le marcaban el rostro pero ya nada le importaba. Corría. Cuando llego a la carretera, el bus ya había pasado. Siguió unos metro mas y se dio cuenta que por esa vía jamás podría hacer nada. Entonces, se detuvo a mirar todo el trayecto del sendero. Listo. La ruta era hacía abajo. Hacia allá iría. Bajó. Cada vez que encontraba la carretera, verificaba que el bus haya pasado. Su rostro evidenciaba los estragos de los continuos golpes que le recibía de los arbustos.

12.13 p. m.

El omnibus se detuvo frente a él. Se abrió la puerta y subió acelerado. Como un loco. Mucho tiempo que su cuerpo no experimentaba esa adrenalina. Se sentía eufórico. Avanzó por entre el medio de los asientos. Los pasajeros reclamaban por la detención, pero eso a Fausto no le interesaba. Su hija levantó su carita y ambos se encontraron. La niña estalló en una explosión de alegría. Saltó de los brazos de Carmen, rodó por el pasadizo. Su papá se acercaba a trompicones. Cuando estuvieron uno frente al otro, él la tomó entre sus brazos y la levantó.

- En verdad pensaste que te dejería... jajajajajajajajaajajajajaja.
- Feliz cumpeaños, papito. Siempe juntos.
- Siempre, hijita.
- ¿A dónde vamos?
- A casa. Tu mamá espera para celebrar mi cumpleaños.
- Ya.
- ¿Quieres tener un hermanito?
- Ya, pero solo uno.
- ¿Uno?
- Yo quiero que sean cuatro hermanos.
- Solo uno, por favor, papito.
- Yo quiero cuatro.
- No seas malito. Y ya, que sea hombecito.
- Será lo que Dios quiera.








miércoles, 19 de septiembre de 2012

La evaluacion a los maestros

La madre Clara es una excelente persona, nos está apoyando en la realización de la liturgia para este viernes. Me llamó a su oficina para informarme de las últimas directivas. Cuando me acerqué a ella para leer el documento, vi un lomo rojo (color que es mi favorito) que llamó mi atención y, mi atención prestada, se transformó en fascinación cuando leí el nombre del autor: LUIS JAIME CISNEROS en letras blancas. Las letras amarillas más grandes que daban el título al libro, sin duda harían de que poseerlo sea una obstinación que linde con la cleptomanía: AULAS ABIERTAS.
Sé que los docentes debemos establecer, en nuestro diario vivir, ciertos límites que nos muestren como personas ejemplares, como  no andar borrachos por las calles, no estar escupiendo en el suelo o defender nuestras ideas a golpes. Bueno, algo que los docentes tampoco podemos hacer es sustraer algo pues si se descubre, nuestra autoridad moral quedaría por el suelo. ¿Y si no se nos descubre? Buena pregunta. ¿Ese no es el premio para los rateros? Reflexionemos.
Entonces, la decisión estaba tomada.
Le dije a la madre que me preste el libro, con la posibilidad de que la madre me diga que me lo quede.
Me lo prestó.
Algo triste y feliz salí del Parroquial con destino al paradero para tomar mi combi, porque yo andoencombi. De regreso a Barranca, me puse a ojear el índice, en el apartado en el que se escribe sobre LOS RETOS DE LA EDUCACIÓN encontré un artículo que se titula LA EVALUACIÓN A LOS DOCENTES, cuya lectura me inspiró a escribir estas líneas. Cisneros (2009), en ella, hace una reflexión acertada sobre la evaluación:
"La evaluación es una obligación de todo centro docente: hay que asegurarse de que se está impartiendo una enseñanza de calidad, y hay que vigilar que esa enseñanza no solo se mantenga, sino que se recree y se supere"
¿Qué es la evaluación? ¡Una herramienta para despedir al docente! JA. ¡Un istrumento de coacción! DOBLE JA.
Cuando un alumno sale mal en muchos cursos significa que este alumno tiene problemas. Cuando un salón entero o un colegio o un país sale mal en una calificación... ¿Qué hacer? ¿A qué dirección mirar?
Cierto que el docente está mal pagado, pero cómo podemos exigir mejores sueldos si los productos que ofrecemos son de pésima calidad. Se acusa al gobierno de querer privatizar la educación, pero la educación la estamos privatizando los mismos docentes estatales, cuando al padre de familia le entregamos a su hijo sin ningún aspecto académico desarrollado. Entregamos alumnos que odian los colegios, y sus mejores recuerdos escolares giran en torno al recreo y no a sus contacto con el docente.
Que estamos en la escala profesional mas baja. Cierto. Mal pagados y mal vistos.

Quién de nosotros pagaría bien por un mal servicio.
Quién de nosotros volvería donde un sastre que nos hizo un pésimo traje.
Quién de nosotros  entregaría a sus hijos a un profesional que no tiene para capacitarse, pero si tiene para emborracharse y vestir bien.

Porqué, siendo docentes, si tenemos una pequeña posibilidad, enviamos a nuestros hijos a un colegio particular. 
Porqué, en la sala de docentes, en vez de conversar sobre avances pedagógicos o libros leídos nuestro tema es el último destape Magaly o que tal o cual alumno debería irse del colegio porque solo viene a perder el tiempo. Y ¡Oh! nos sentimos orgullosos de ello.

En fin, está hermosa carrera, que debería darnos el placer máximo de sentirnos útiles, no solo a nuestra familia (por la remuneración económica) o a nuestro país, también, a ese adolescente que nos ve como ejemplo; esta carrera que debería hacernos sentir en seres afortunados, privilegiados por la misión que nos encomienda, no solo la nación sino cada padre, cada día. Esta carrera que emprendemos a cada momento y que debería ser motivo para vivir agradecidos de todo, nos hace sentir miserables. ¡Qué irónico!

Finalizo con una frase del maestro Cisneros (2009): "La educación está en crisis. Se necesita coraje y fe en el porvenir para salir del caos"

Coraje y fe.

Entiéndase prepararse para ser mejor y ofrecer lo mejor de nosotros en esto que elegimos por vocación.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Un sencillo indicador para saber si utiliza paradigma basado en el aprendizaje

Me decía un ex - alumno reincidente (se ha vuelto a matricular en otra titulación) de mi Escuela, que con algunos profesores era muy fácil copiar a través del Wasap, también me decía que era injusto para todos aquellos alumnos que habían trabajado durante el curso.
Era la primera vez que oía a un alumno quejarse de que otros compañeros copiaran fácilmente, por la injusticia cometida con los que habían trabajado.  Tiene razón, el profesorado debería estar más atento durante la vigilancia de los exámenes, por respeto y refuerzo a los que han trabajado (en caso contrario no estará, precisamente, dando una lección en valores a todos aquellos que trabajan).
Pero hay otra cuestión de suma importancia para todo el profesorado; incluso para los que los vigilantes de la playa se les quedan cortos, para los que tienen vista de águila y nadie les copia.
¿Si un alumno copiara a través del Wasap (o de cualquier otro medio) aprobaría su asignatura?
Si la respuesta es afirmativa, yo de usted reflexionaría en el modelo de aprendizaje que imparte; ya que si una persona es capaz de aprobar una asignatura sin haber trabajado nada en ella; significa que no ha formado en competencias, o lo que es peor, que ha formado en competencias pero no las evalúa.
Para todo el profesorado que haya puesto una sonrisa maliciosa, pensando en que sus exámenes son tan difíciles que no los aprueba nadie, ni con el libro delante (yo tenía uno de esos profesores en la universidad), pues siento decirles que estamos ante el mismo caso; para ellos matizo la pregunta ¿si un alumno tuviera al otro lado del Wasap un colega suyo (tan sabio como usted, evidentemente) aprobaría su asignatura?
Aprendizaje basado en valores, centrado en el alumno, a través de competencias y participativo, significa precisamente, que si un alumno no ha trabajado, ni copiando podría aprobar la asignatura.

Tomado de:
http://innovacioneducativa.wordpress.com/2012/08/15/un-sencillo-indicador-para-saber-si-utiliza-paradigma-basado-en-el-aprendizaje/
el día 15 de agosto del 2012